(Mientras tanto)
-¿Por qué estoy aquí?-se preguntó Ada por enésima vez en la última hora.
Dio un pequeño sorbo a su coca cola que seguía igual desde que la había pedido hacía ya más de una hora y echó un vistazo nervioso alrededor. Al bar abarrotado de gente, a la bola de discoteca fluorescente que lanzaba parpadeos a los adolescentes sobre la pista de baile, al pesado olor a licor, sudor y perfume y a la pantalla de humo que parecía nublar la noche dentro del minúsculo recinto.
-¿Qué estoy haciendo aquí?-volvió a preguntarse.
Por supuesto que lo recordaba. Sus compañeras de clase habían insistido en que las acompañara de fiesta aquella noche y a pesar de que no era aficionada a aquellas cosas había acabado por aceptar. ¿Por qué? Debía de haber sido un ataque de locura transitoria. Uno que no se debería repetir. Mirando al reflejo de su coca cola pensó que la soledad era en realidad una compañía temible y pesada, lo suficiente para haberla hecho aceptar aquella extraña invitación y acompañarla en silencio.
Si se había preguntado porqué sus compañeras se habían mostrado más que solicitas a invitarla, hacía tiempo que había quedado más que claro. De algún modo habían descubierto que conocía a Unax, el guitarrista de un grupo underground en el que coincidentalmente Marina estaba interesada. Y Marina era del tipo de persona que lograba lo que quería. No había tardado en desaparecer después de que Ada los presentara y por casualidades de la vida ahora se encontraba en la esquina más apartada de la discoteca metiéndole a Unax la lengua hasta la garganta.
Bueno, llamarle a aquel antro una discoteca era ser amable y mucho. Era un local tan pequeño que los jóvenes se amontonaban sobre la pista de baile y se dedicaban a bambolearse con cuidado de no tropezar unos con otros, aunque Ada estaba segura de que más de uno que otro tropiezo sería intencional. Aparte de un par de taburetes frente a la barra no había más sitio donde sentarse, tampoco es que a nadie pareciera importarle demasiado. Ada había confiscado uno de ellos y no estaba dispuesta a soltarlo.
El otro estaba ocupado al otro lado de la barra por un hombre joven. Ada le había echado un rápido vistazo al entrar y sabía que era atractivo. El tipo de atractivo que la ponía nerviosa. Alto y atlético, vestía unos vaqueros ajustados y una cazadora de cuero negro que hacía juego con su sedoso y convenientemente despeinado cabello azabache. Tan solo había visto su rostro un instante de perfil antes de apartar la vista pero se había fijado en sus facciones simétricas, su nariz recta y sus finas cejas negras. Era la clase de rostro que uno esperaría encontrar adornando la portada de una revista de moda en vez de languideciendo entre los flashes fluorescentes de aquel tugurio.
Ada, tímida e introvertida por naturaleza, encontraba difícil tratar con la gente, sobretodo si eran desconocidos. Pero lo que le costaba más que nada era relacionarse con gente atractiva, aquellas caras hermosas que parecían una injusticia de la naturaleza la ponían nerviosa. Por eso se había pasado la última hora con su coca-cola a solas intentando con todas sus fuerzas no mirar hacia aquella esquina, fingir que aquel chico atractivo no existía, aun cuando era completamente consciente de su presencia.
Pero en el momento en que pensó en él sus mirada se desvió involuntariamente y ... sus ojos se encontraron. Ada contuvo el aliento. Unos asombrosos ojos de un místico color aguamarina le cortaron la respiración y mientras luchaba por aspirar una nueva bocanada de aire fresco pensó que aquellos ojos no eran humanos. No podían ser humanos. Eran los ojos de una astuta serpiente, la mirada voraz e impasible de un depredador. E instintivamente Ada supo que ella era la presa.
Un terror frío e irracional recorrió cada célula de su cuerpo y sin ser consciente de lo que hacía se puso precipitadamente en pie. Buscó rápidamente una salida. No sabía como, no sabía porqué... pero su instinto le pedía a gritos que saliera de allí lo antes posible. Recorrió el bar con la mirada en busca de sus amigas pero no tuvo mucha suerte. Marina y Unax habían desaparecido quién sabe donde tras el apasionado intercambio de fluidos bucales y su esquina la ocupaba ahora la diminuta Mona dejando la marca de su pasión en el cuello del tercer chico en aquella noche. Bea y Vicky daban tumbos sobre la pista de baile y parecían sinceramente bastante incoherentes desde hacía ya un rato.
Sin pararse a mirar atrás y ver si el desconocido se inmutaba ante su extraño comportamiento, Ada se abrió camino hacía la calle a empujones. En la entrada se encontró a una semiinconsciente Sara tirada contra la pared con una sonrisa bobalicona y la mirada brillante y perdida en algún punto del edificio de enfrente. Ada le hizo rápidas señas indicándole que se volvía a casa logrando por un segundo que la mirada de su compañera de clase se enfocara en ella. Sara asintió sin dejar de sonreír y alzando la botella de fanta, que claramente no contenía solo fanta, le hizo un extraño saludo a medio camino entre un brindis y una seña y tras llevarse la botella a los labios dio un largo trago. Ada frunció el ceño y se preguntó si habría entendido algo pero no se quedó a comprobarlo. El pelo de su nuca se erizó de forma extraña y le urgió a desaparecer cuanto antes de allí. A pesar de saber lo irracional de aquella situación decidió seguir adelante.
La estrecha calle estaba abarrotada de jóvenes ruidosas que bebían, charlaban y ligaban, o al menos lo intentaban, a la entrada de los diversos bares que plagaban la parte más antigua de la ciudad. Una extraña forma de mantener el patrimonio cultural, sin duda.
Sintiéndose incómoda, como siempre que estaba rodeada de una multitud, la muchacha se apresuró calle abajo. Ya no buscaba tan solo huir de la escalofriante mirada de aquellos ojos de serpiente sino también del bullicio de los adolescentes borrachos. A cada paso que daba era cada vez más consciente de lo ridícula que había sido su reacción, salir corriendo aterrorizada por la mirada de un chico guapo. Sin duda cualquiera de sus "amigas" hubiera aprovechado la ocasión para lanzársele al cuello. Aquello era la gota que colmaba el vaso de sus propias excentricidades. Ahora hasta le daban miedo los hombres atractivos. ¿Qué sería lo siguiente?
Aún así había sido una excusa tan buena como cualquier otra para salir de aquel antro y respirar un poco de aire puro. Inspiró hondo y tosió. Bueno, tan puro como pudiera ser el aire donde fumaban y bebían una marabunta de estudiantes, claro. Ahora al fin podía volver a casa.
Cuando por fin dejó la ruidosa calle atrás y desembocó en una callejuela desierta sintió como todo su cuerpo se relajaba y era capaz de volver a respirar. Sí, sin duda, había sido un momento de locura transitoria, todo lo que había ocurrido aquella noche lo había sido. Ahora a solas con el silencio y una fragante noche estrellada ya podía volver a ser ella misma. Había escarmentado, aquella ridícula experiencia le había enseñado que no debía volver a aceptar ninguna invitación futura de sus compañeras de clase para salir de noche.
Más tranquila observó su viejo reloj de pulsera. Era un modelo digital algo anticuado y la correa necesitaba ser cambiada pero aún así Ada lo conservaba con cariño porque había sido un regalo de su abuela. La luz fluorescente marcaba las dos y cuarto de la madrugada. Aún le quedaban tres cuartos de hora hasta que pasara el próximo autobús. Podía ir a la parada y sentarse aburrida a esperar a que llegara o...
Se detuvo en seco y giró sobre sus pasos con decisión. Ir a ver el mar. Siempre le gustaba acercarse a ver el mar, aspirar su aroma a sal y algas, contemplar la furia de sus olas al romper contra el maleolo y perder la mirada en el punto en que se fundía con el azul del cielo en el horizonte. Amaba el mar. Era una parte importante de ella misma, el mar que la hacía sentir melancólica y libre.
Tomó la primera calle a la izquierda y con decisión y una sonrisa se encaminó hacia el paseo marítimo. Parecía que la noche después de todo no sería una completa pérdida de tiempo.
-¿Por qué estoy aquí?-se preguntó Ada por enésima vez en la última hora.
Dio un pequeño sorbo a su coca cola que seguía igual desde que la había pedido hacía ya más de una hora y echó un vistazo nervioso alrededor. Al bar abarrotado de gente, a la bola de discoteca fluorescente que lanzaba parpadeos a los adolescentes sobre la pista de baile, al pesado olor a licor, sudor y perfume y a la pantalla de humo que parecía nublar la noche dentro del minúsculo recinto.
-¿Qué estoy haciendo aquí?-volvió a preguntarse.
Por supuesto que lo recordaba. Sus compañeras de clase habían insistido en que las acompañara de fiesta aquella noche y a pesar de que no era aficionada a aquellas cosas había acabado por aceptar. ¿Por qué? Debía de haber sido un ataque de locura transitoria. Uno que no se debería repetir. Mirando al reflejo de su coca cola pensó que la soledad era en realidad una compañía temible y pesada, lo suficiente para haberla hecho aceptar aquella extraña invitación y acompañarla en silencio.
Si se había preguntado porqué sus compañeras se habían mostrado más que solicitas a invitarla, hacía tiempo que había quedado más que claro. De algún modo habían descubierto que conocía a Unax, el guitarrista de un grupo underground en el que coincidentalmente Marina estaba interesada. Y Marina era del tipo de persona que lograba lo que quería. No había tardado en desaparecer después de que Ada los presentara y por casualidades de la vida ahora se encontraba en la esquina más apartada de la discoteca metiéndole a Unax la lengua hasta la garganta.
Bueno, llamarle a aquel antro una discoteca era ser amable y mucho. Era un local tan pequeño que los jóvenes se amontonaban sobre la pista de baile y se dedicaban a bambolearse con cuidado de no tropezar unos con otros, aunque Ada estaba segura de que más de uno que otro tropiezo sería intencional. Aparte de un par de taburetes frente a la barra no había más sitio donde sentarse, tampoco es que a nadie pareciera importarle demasiado. Ada había confiscado uno de ellos y no estaba dispuesta a soltarlo.
El otro estaba ocupado al otro lado de la barra por un hombre joven. Ada le había echado un rápido vistazo al entrar y sabía que era atractivo. El tipo de atractivo que la ponía nerviosa. Alto y atlético, vestía unos vaqueros ajustados y una cazadora de cuero negro que hacía juego con su sedoso y convenientemente despeinado cabello azabache. Tan solo había visto su rostro un instante de perfil antes de apartar la vista pero se había fijado en sus facciones simétricas, su nariz recta y sus finas cejas negras. Era la clase de rostro que uno esperaría encontrar adornando la portada de una revista de moda en vez de languideciendo entre los flashes fluorescentes de aquel tugurio.
Ada, tímida e introvertida por naturaleza, encontraba difícil tratar con la gente, sobretodo si eran desconocidos. Pero lo que le costaba más que nada era relacionarse con gente atractiva, aquellas caras hermosas que parecían una injusticia de la naturaleza la ponían nerviosa. Por eso se había pasado la última hora con su coca-cola a solas intentando con todas sus fuerzas no mirar hacia aquella esquina, fingir que aquel chico atractivo no existía, aun cuando era completamente consciente de su presencia.
Pero en el momento en que pensó en él sus mirada se desvió involuntariamente y ... sus ojos se encontraron. Ada contuvo el aliento. Unos asombrosos ojos de un místico color aguamarina le cortaron la respiración y mientras luchaba por aspirar una nueva bocanada de aire fresco pensó que aquellos ojos no eran humanos. No podían ser humanos. Eran los ojos de una astuta serpiente, la mirada voraz e impasible de un depredador. E instintivamente Ada supo que ella era la presa.
Un terror frío e irracional recorrió cada célula de su cuerpo y sin ser consciente de lo que hacía se puso precipitadamente en pie. Buscó rápidamente una salida. No sabía como, no sabía porqué... pero su instinto le pedía a gritos que saliera de allí lo antes posible. Recorrió el bar con la mirada en busca de sus amigas pero no tuvo mucha suerte. Marina y Unax habían desaparecido quién sabe donde tras el apasionado intercambio de fluidos bucales y su esquina la ocupaba ahora la diminuta Mona dejando la marca de su pasión en el cuello del tercer chico en aquella noche. Bea y Vicky daban tumbos sobre la pista de baile y parecían sinceramente bastante incoherentes desde hacía ya un rato.
Sin pararse a mirar atrás y ver si el desconocido se inmutaba ante su extraño comportamiento, Ada se abrió camino hacía la calle a empujones. En la entrada se encontró a una semiinconsciente Sara tirada contra la pared con una sonrisa bobalicona y la mirada brillante y perdida en algún punto del edificio de enfrente. Ada le hizo rápidas señas indicándole que se volvía a casa logrando por un segundo que la mirada de su compañera de clase se enfocara en ella. Sara asintió sin dejar de sonreír y alzando la botella de fanta, que claramente no contenía solo fanta, le hizo un extraño saludo a medio camino entre un brindis y una seña y tras llevarse la botella a los labios dio un largo trago. Ada frunció el ceño y se preguntó si habría entendido algo pero no se quedó a comprobarlo. El pelo de su nuca se erizó de forma extraña y le urgió a desaparecer cuanto antes de allí. A pesar de saber lo irracional de aquella situación decidió seguir adelante.
La estrecha calle estaba abarrotada de jóvenes ruidosas que bebían, charlaban y ligaban, o al menos lo intentaban, a la entrada de los diversos bares que plagaban la parte más antigua de la ciudad. Una extraña forma de mantener el patrimonio cultural, sin duda.
Sintiéndose incómoda, como siempre que estaba rodeada de una multitud, la muchacha se apresuró calle abajo. Ya no buscaba tan solo huir de la escalofriante mirada de aquellos ojos de serpiente sino también del bullicio de los adolescentes borrachos. A cada paso que daba era cada vez más consciente de lo ridícula que había sido su reacción, salir corriendo aterrorizada por la mirada de un chico guapo. Sin duda cualquiera de sus "amigas" hubiera aprovechado la ocasión para lanzársele al cuello. Aquello era la gota que colmaba el vaso de sus propias excentricidades. Ahora hasta le daban miedo los hombres atractivos. ¿Qué sería lo siguiente?
Aún así había sido una excusa tan buena como cualquier otra para salir de aquel antro y respirar un poco de aire puro. Inspiró hondo y tosió. Bueno, tan puro como pudiera ser el aire donde fumaban y bebían una marabunta de estudiantes, claro. Ahora al fin podía volver a casa.
Cuando por fin dejó la ruidosa calle atrás y desembocó en una callejuela desierta sintió como todo su cuerpo se relajaba y era capaz de volver a respirar. Sí, sin duda, había sido un momento de locura transitoria, todo lo que había ocurrido aquella noche lo había sido. Ahora a solas con el silencio y una fragante noche estrellada ya podía volver a ser ella misma. Había escarmentado, aquella ridícula experiencia le había enseñado que no debía volver a aceptar ninguna invitación futura de sus compañeras de clase para salir de noche.
Más tranquila observó su viejo reloj de pulsera. Era un modelo digital algo anticuado y la correa necesitaba ser cambiada pero aún así Ada lo conservaba con cariño porque había sido un regalo de su abuela. La luz fluorescente marcaba las dos y cuarto de la madrugada. Aún le quedaban tres cuartos de hora hasta que pasara el próximo autobús. Podía ir a la parada y sentarse aburrida a esperar a que llegara o...
Se detuvo en seco y giró sobre sus pasos con decisión. Ir a ver el mar. Siempre le gustaba acercarse a ver el mar, aspirar su aroma a sal y algas, contemplar la furia de sus olas al romper contra el maleolo y perder la mirada en el punto en que se fundía con el azul del cielo en el horizonte. Amaba el mar. Era una parte importante de ella misma, el mar que la hacía sentir melancólica y libre.
Tomó la primera calle a la izquierda y con decisión y una sonrisa se encaminó hacia el paseo marítimo. Parecía que la noche después de todo no sería una completa pérdida de tiempo.
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