Cuando Ada se giró y vio aquellos ojos de serpiente abalanzarse sobre ella comprendió por primera vez lo que era el miedo. Frío e irracional, el terror se cerró sobre su garganta como un puño de hierro. Quiso abrir la boca para gritar pero no pronunció sonido alguno. Con una sonrisa macabra en los labios el hombre del bar la atrajo hacia si y la retuvo entre sus brazos. Al sentir el contacto de su piel fría, fría como si se tratara verdaderamente de una serpiente, la muchacha sintió algo despertarse en su interior. El instinto, irracional y primitivo, urgiéndole a gritos que escapara. Desesperada trato de zafarse pero fue inútil, su abrazo era fuerte y tan solo logró enredarse más en sus garras. El brillo en sus ojos era salvaje. No era humano, era la mirada voraz de un depredador al caer sobre su presa.
Quiso gritar cuando una mano gélida se cerró sobre su barbilla y la obligó a volver la cabeza. De reojo pudo ver la sonrisa sádica que se ensanchaba hasta dejar los colmillos al descubierto. Quiso gritar cuando se inclinó sobre su cuello y sintió algo duro y frío hundirse en la piel de su garganta. Quiso gritar al sentir la punzada y el aleteo irregular de su corazón tratando de escapar por su boca. Quiso gritar desesperadamente pero lo único que salió de entre sus labios fue un débil gemido. Y entonces una sensación extraña comenzó a tomar posesión de su cuerpo.
Podía sentirlo, como un beso prohibido contra la piel de su cuello pero no hubo dolor. Una falsa neblina de placer comenzó a nublar sus sentidos, como si a oleadas el éxtasis se abriera paso por sus venas y abotargara su razón. Las piernas le fallaron y se sintió derrumbar en sus brazos mientras la voz que a gritos le suplicaba que escapara comenzaba a morir sucumbida por la somnolencia. Los latidos de su corazón se ralentizaban y de pronto respirar parecía no ser importante, nada lo era salvo aquel extraño placer que la invitaba a dejarse arrullar al paraíso de los sueños, que despertaba un instinto de ser poseída dormido, antiguo y secreto. Mientras los labios de él se apretaban contra su cuello y sus colmillos se hundían añorantes y ella no podía sino suspirar. Perdió todo control sobre si misma.
Pero en medio de aquel idílico letargo una revelación despertó en su mente, una comprensión absoluta que hizo añicos las barreras del subconsciente. Como un rayo de luz que señala lo imposible, tan solo lo supo y su cerebro lo difamó a gritos.
¡VAMPIRO!
Era imposible pero era un vampiro, un auténtico vampiro, un cazador de la noche descendido a darle caza. ¿Era aquel el momento de su muerte? ¿Era el beso de un inmortal el arma del delito? No importaba. En aquel momento en su mente solo existía una seguridad absoluta e irrevocable: los vampiros existían. Sus sospechas, su secreto y oscuro deseo, el quid de su fascinación irracional... todo comenzaba a cobrar sentido. Los vampiros existían.
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