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domingo, 9 de octubre de 2011

El Club de los Corazones Rotos 2: se llamaba Alex (Ariadna)

Alex era todo lo opuesto a mí que alguien pudiera ser. Si yo era tímida e introvertida, él era abierto y lleno de vida, tenía una luz que iluminaba automáticamente toda habitación en la que entraba y una calidez natural que atraía a las personas como imanes, como insectos a la luz. Y yo también fui atraída por aquella fuerza magnética, atraída irremediablemente hacia él como un inocente planeta no puede huir de la órbita del sol.

Lo que Alex vio en mí hasta el día de hoy lo ignoro. Tal vez sintió curiosidad hacia aquella joven sombría que deambulaba siempre sola y con mirada perdida por los pasillos de la facultad. Quizás se sintió interesado hacia aquello que no conocía, lo que era diferente al mundo en que vivía, hacia una personalidad que le era extraña, ajena, misteriosa... un tipo de persona que no comprendía. Puede que simplemente fuera inevitable que como polos opuestos nos atrajéramos.

Por supuesto, él fue quien dio el primer paso, yo en mi infinita ignorancia estaba absorta en mi propio mundo como para percatarme de la existencia de aquel universitario un par de años mayor que me miraba, que giraba la cabeza cuando nos cruzábamos en el corredor y me seguía con miradas de soslayo. La primera vez que reunió el valor para hablarme me tomó completamente por sorpresa y apenas pude balbucear unas palabras algo incoherentes. La segunda vez le di la bienvenida con una sonrisa involuntaria. La tercera era yo quien lo buscaba disimuladamente con la mirada por los pasillos a escondidas. La cuarta fui yo quien di el primer paso hacia él tras rumiar un millón de veces una conversación ficticia que nunca sucedió. En cada ocasión mi corazón se desbocó como un loco enamorado. Lo demás fue inevitable.

Yo estaba sola y buscaba compañía y en medio del desierto él era como una llama que me deslumbraba y nunca moría. Alex estaba siempre acompañado pero se aburría, quería probar algo diferente y yo aparecí en su vida. Mirándolo desde la perspectiva que da el tiempo supongo que las cosas eran así de sencillas, pero en aquel entonces yo no lo sabía. Para mi inocente yo de 18 años, sola e insegura, Alex se volvió mi vida.


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