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viernes, 11 de marzo de 2011

Noche de pasión

Quise decirte adiós
pero tus labios secuestraron los míos
y en un solo instante
perdí la cabeza y el abrigo.
Mientras tus besos
dibujaban la línea de mi cuello
encontraron tus dedos
el camino hasta mi cuerpo,
con la habilidad de la experiencia
deshojaste mis botones
uno a uno
sin prisa, sin pausa y con descaro,
cayeron todas mis defensas
y quedé a la merced de tus manos.

La camisa se deslizó hasta el suelo,
tus labios escribiendo con la tinta de los besos
y supe que había perdido
una vez más secuestrado por tu aliento,
enjaulado por las prisas de mi propio deseo,
desnudo, un juguete entre tus dedos,
cautivado por tus curvas,
ebrio del licor de la locura,
jadeante por tus huesos.

La razón había perdido la batalla,
derrotada por tu juego de caderas,
la danza mortal de tus miradas
mientras a oleadas
se abría el éxtasis paso por mi sangre,
premonición de la inminente derrota.

En qué momento cayó tu vestido lo ignoro,
pero se deslizó sinuoso hasta el suelo
disfrutando de la caricia de tus curvas,
si fueron las culpables mis manos o las tuyas
también lo ignoro
pues para entonces mi cuerpo había perdido las riendas,
se había ahogado la razón
y mis movimientos ya no respondían más que a ti,
reina de la ilusión.

Tu desnudez reverberó bajo los focos,
tu piel suave bajo mis manos.
A un aleteo de tus largas pestañas
salieron mis brazos a buscarte
y rodearon tu cintura delgada
y te atrajeron de regreso a mi cuerpo,
al rincón que te pertenece por derecho.

Lo que ocurrió después no lo recuerdo,
se perdió en un baile de sábanas y cuero,
entre la sensual melodía del placer de tus jadeos
mientras me dejaba arrastrar en la hipnótica marea
de tus movimientos,
de la danza salvaje de nuestros cuerpos.

Cuando desperté en la mañana no quedaba nada
como siempre habías desaparecido como un sueño,
como la ilusión que se disipaba en nuestros encuentros,
de ti no quedaba más que la nostalgia del momento
y tu dulce fragancia en el aire cargado de mi cuarto,
apresada en mi cama, mis sábanas y mi cuerpo
como si se negaran a dejarte marchar con el recuerdo.

Una vez más me habías hecho tuyo
y abandonado a la melancolía de los sueños,
prisionero eterno del deseo
y del recuerdo perenne de tu cuerpo.



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