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martes, 25 de enero de 2011

ETÉREA: Parte 1

(Casi cien años después)

El siglo XXI era un siglo extraño. Ruidoso y frenético, la ciudad siempre estaba poblada de gente, gente siempre con prisa que caminaba por la calle sin mirar alrededor, sin ver y sin prestar atención. Se cruzaban unos con otros y ni siquiera se cruzaba una mirada, parecía haber una prohibición en contra de encontrarse con los ojos de un extraño. Y las calles siempre llenas de extraños ruidos, máquinas, pitidos, luces y humo. Los avances eran tan rápidos que era imposible estar al día, pero también era imposible aburrirse intentando estarlo.

Aquel día como cualquier otro vagaba sin rumbo por las calles de la ciudad dejándose arrastrar por su entorno. No se sorprendió cuando un humano joven ocupado en escuchar música de sus cascos chocó contra ella y la atravesó como si nada, siguiendo su camino imperturbable al ritmo de su música. Aquello también había cambiado. Antaño los seres humanos inconscientemente evitaban su presencia aún si no eran capaces de verla, de algún modo presentían que había algo allí que no debería estar. Sin embargo con los siglos, o puede que con los adelantos de la ciencia y la tecnología. los seres humanos habían perdido esa capacidad de presentir lo sobrenatural, ya no estaban atentos a nada que no fuera su entorno físico y estaban dejando morir el cada vez menos existente sexto sentido. Aquello probablemente había facilitado la vida de muchas criaturas sobrenaturales que podían vivir entre humanos sin levantar sospechas, cosa que también representaba un peligro para la humanidad que vivía al margen de aquel mundo de misterio. Sin embargo para ella que pasaba los días como una solitaria vagabunda era como si incluso el mundo rechazara su existencia.

A lo lejos el estridente sonido de unas sirenas que se acercaban llamó su atención. Reconoció al instante la ambulancia que cruzaba a toda velocidad la calle. Y por encima de la ruidosa sirena reconoció otro sonido tan frágil que era apenas perceptible incluso para sus delicados sensores paranormales: el suave gorgoteo del mar, como las olas al morir contra la arena.

El corazón le dio un vuelco en el pecho. (En sentido figurado, ya que un espíritu no tenía corazón y sin embargo era increíble como su alma recordaba lo que había sentido su cuerpo tanto tiempo atrás.) El sonido del mar era como una poderosa llamada de auxilio, un imán para ella. Sin pensarlo dos veces saltó a la carretera tras la ambulancia y echó a correr tras ella. Ni siquiera un vehículo moderno era capaz de dejar atrás a la forma incorpórea de un espíritu. Necesitaba ver con sus propios ojos la fuente de aquel sonido tan conocido. Si tan solo hubiera una leve oportunidad, aunque sea un segundo para volver a encontrarse....

Y entonces un alma asomó la cabeza a través de la puerta trasera de la ambulancia. A juzgar por su aspecto era el espíritu de un chico joven, en torno a los dieciocho. Su presencia era semitransparente y temblorosa, como la de un alma que aún se aferra a la vida de su cuerpo malherido. Los ojos de ambos se encontraron y pudo distinguir la mirada sorprendida, perdida y asustada de aquel joven alma. Sintió un dolor desgarrador atravesarle el pecho que reconoció como angustia. Hacia tiempo que no sentía una emoción tan humana por alguien. Extendió la mano hacia el espíritu del chico y forzó una sonrisa.

-Vive-le ordenó apoyando un dedo sobre su transparente frente-Debes vivir. No hay nada al otro lado para ti. No temas yo estaré contigo, así que ahora regresa a tu cuerpo.

Insufló apenas una pequeña parte de su poder e hizo retroceder aquel alma al interior de la ambulancia y con suerte de regreso a su cuerpo. 

El suave sonido del mar comenzó a debilitarse, a desvanecerse en el ruido del día a día del siglo XXI. Aún así ella siguió a la ambulancia. Había hecho una promesa y puede que aún tuviera una oportunidad única, la oportunidad que tan solo se le presentaba una vez cada cien años.

Cuando llegó al hospital era un gran ajetreo de enfermeras alarmada y cuchicheos. No le costó mucho oír sus conversaciones.

-Parece que el chico que acaba de entrar se ha intentado suicidar.

-¿De verás? Es una lástima y parece tan joven...

-Sí, al parecer se ha tirado de un puente. Por suerte ha caído contra las vigas y han amortiguado su caída.

-¿Por qué haría algo así un chico tan joven y además guapo?

Pasó de largo de los murmullos hasta la doble puerta cerrada del quirofano. Cerró los ojos y aguardó mientras el sonido del mar iba muriendo como olas contra la arena hasta desaparecer.

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Dan abrió los ojos lentamente. Todo su cuerpo estaba abotargado y parecía que se negaba a responderle. A su pesar reconoció el olor a desinfectante, químicos y enfermedad propios de un hospital. Su mirada pasó despacio de la vía que sobresalía de su brazo a las blancas paredes de la habitación y por último a la extraña joven que lo miraba sentada en lo que parecía un incómodo sillón. La miró con extrañeza. Era bastante bonita, de mediana estatura, delgada, piel pálida de aspecto suave, largo y ondulado cabello castaño y unos grandes ojos almendrados que lo observaban en silencio. Y sin embargo estaba completamente fuera de lugar ataviada con aquel vestido blanco que parecía salido de una obra de Shakespeare. ¿Era una actriz? ¿Había salido de alguna obra de teatro? ¿Y qué hacía allí en aquella habitación de hospital que sin duda era la suya? Extrañamente la desconocida no parecía sentirse fuera de lugar.

-¿Quién eres?-preguntó y su voz sonó ronca y cansada.

La desconocida sonrió.

-Llámame Anais. 




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