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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Pacto de Sangre 1 (Elia)

Era viernes y volvía a estar sentado en la esquina más oscura de la barra del mismo bar removiendo con parsimonia el martini con el palillo de la aceituna que nunca se llegaría a comer. El hielo se derretía lentamente en el rojo del licor acuando la realidad sin que nadie le diera un sorbo. Se había vuelto una costumbre. Una mala costumbre, lo sabía. Pero no podía evitarlo y cada viernes se encontraba sentado a la barra de aquel pub que aunque nuevo pretendía ser viejo con sus muebles y estilo que buscaban recrear unas décadas ya pasadas. No es que le gustara aquel lugar ni le disgustara, era simplemente que cada viernes ella estaba allí. 

Aquel viernes no era un excepción. En la pequeña mesa redonda que ya parecían haber tomado como propia un grupo de amigas reía, charlaba y cuchicheaba entre copa y copa de alcohol. Y de todas ella siempre estaba en el centro, ella siempre destacaba. Alta y delgada, con esa constitución casi famélica que habían puesto de moda las modelos de pasarela, solo que en ella era natural. Él lo sabía mejor que nadie porque sin importar cuantos siglos pasaran hubiera podido reconocer aquel rostro triangular en cualquier lugar, con sus labios delgados, su naricilla respingona y unos pequeños e inteligentes ojos de un verde desbahido, casi como cristales desgastados por el constante balanceo del mar. Lo único que habían cambiado las épocas era su peinado, ahora su liso y fino cabello castaño claro estaba cortado en una melenita perfecta con un flequillo que le caía sobre la frente, pero sin llegar nunca a cubrir sus ojos. El sol de finales de primavera había teñido tímidamente de rubio algunos de sus mechones, de un dorado que le recordaba a los campos de trigo maduro. Su ropa también había cambiado, al igual que la de todos incluyendo la suya propia. Aquel día vestía unos vaqueros ajustados, una camiseta azul pálido con un divertido dibujo animado en el pecho que no supo identificar y unas bailarinas blancas que hacían juego con sus pequeños pendientes de falsas perlas. Se había dado cuenta de que casi nunca vestía faldas, menos aún vestido, como si le gustara la comodidad de los pantalones que se adherían a su figura. Antes de aquel siglo nunca hubiera pensado que unos pantalones pudieran acentuar la feminidad, aquella prenda que durante tantos años había pertenecido únicamente a los hombres era ahora un canto a las curvas de una mujer. Sí, el mundo había cambiado pero ella seguía siendo la misma cada vez y él continuaba buscándola en cada rincón de cada ciudad incapaz de dejarla marchar. Había sido una tragedia una y otra vez, pero inevitablemente volvía a encontrarla. Una vez más. ¿Acaso quería que las tornas de aquel círculo vicioso volvieran a girar?

Aquel lúgubre pensamiento hizo que girara la cabeza nervioso a un lado y a otro. No, se dijo, estaba seguro de que esta vez no le había seguido. Había sido especialmente cuidadoso.

Suspiró, un suspiro largo con un cansancio casi ancestral y volvió a remover el hielo de su martini, apenas dos gotas de rocío en un mar rojo. Estaba claro que no había aprendido la lección. ¿Cuántas veces tenía que encontrarla y perderla para dejar de buscarla? ¿Cuántas veces? Debería saberlo de sobra que aunque él no estuviera ahora allí no podía andar lejos. En algún rincón siguiendo su rastro y planeando su venganza. Como un juego eterno del gato y el ratón. Siempre huyendo. Pero esta vez sería diferente-se prometió- esta vez no se acercaría a ella. Esta vez no dejaría que ella fuera la pieza sacrificada en su loco juego de odio y amor. No, esta vez sacrificaría sus sentimientos. Al fin y al cabo ya la había visto. Estaba bien, era feliz y rebosaba esa vida que tanto había amado por cara poro de su piel. Ahora tendría que recoger sus emociones y marcharse en silencio. Dejarla atrás y desear fervientemente en los años venideros que la vida la tratara bien. Que en esta nueva oportunidad, sin él, ella lograra ser feliz.

Sí, aquel sería el último viernes que se sentaría en la barra de aquel bar y con la sola compañía de un martini observaría a hurtadillas a la muchacha. Aquella misma noche se despediría de la esperanza y abandonaría la ciudad antes de que fuera demasiado tarde.

O eso pensó porque en ese instante un leve movimiento le llamó la atención por el rabilllo del ojo y se giró lentamente. Y entonces la vio. Ponerse en pie, mirar hacia él y sonreír. Si su corazón aún latiera hubiera dado un vuelco, conocía aquella sonrisa cargada de confianza demasiado bien. Y sin mediar palabra la joven cruzó el pequeño pub en su dirección. No pudo dejar de mirarla anonadado. No vestía los tacones que tanto se llevaban porque era lo bastante alta para no necesitarlos, en su figura mientras se acercaba había un nosequé felino que lanzó una descargar eléctrica a su espina dorsal. Sintió el cosquilleo trepar por su espalda.

Era la era de la mujer-se recordó incapaz de apartar sus ojos de ella-era su era.

Como si lo supiera ella llegó y se apoyó sobre la barra a su lado desbordante de seguridad.

-Una cerveza-le pidió al barman que se apresuró a destapar una botellita verde y tendérsela.

La aceptó con gracia y se la llevó a los labios demorándose un segundo demasiado largo en el sorbo. Después giró la cabeza hacia él y sonrió. Él no pudo evitar seguir la curva de sus labios y envidiar durante un instante a la botella que los había besado.

-He visto que estabas solo-dijo la muchacha ladeando la cabeza con encanto. Su voz denotaba confianza pero la había conocido lo suficiente para ser capaz de discernir el leve nerviosismo tras sus palabras- ¿Cómo te llamas?

-Elia- el nombre escapó de sus labios sin que pudiera remediarlo, prisionero de la costumbre.

-Elia-repitió ella despacio y se dejó llevar por la dulce evocación del sonido en su boca mientras seguía el movimiento de sus labios paladeando las letras de su nombre.- Nunca había oído ese nombre, es bonito. Yo me llamo Lena.

-Lena-así que ahora se llama Lena. Algo repiqueteó en su corazón- Es un nombre precioso, Lena. Te combina. Parece el nombre de una mujer con carácter. Es un placer conocerte, Lena, a ti y a tu nombre.

Su voz sonó ligeramente ronca cuando lo dijo; vieja, cansada, vencida... Pero ella, por supuesto, no se dio cuenta. ¿Cómo iba a hacerlo? Estaba demasiado ocupada sonrojándose de una forma encantadora. No pudo apartar los ojos de ella. Sí, el tiempo había cambiado, el peinado y las ropas; pero ella seguía siendo la misma, la única mujer a la que había amado en su larga existencia. Y él también seguía siendo el mismo, cayendo una y otra vez en las garras del destino.

Ahora ella se llamaba Lena y él lo sabía y era demasiado tarde para volver atrás.



2 comentarios:

  1. Gracias. ¡Sí que has sido rápida! Si tengo animos de algun lector iwal me animo y la sigo y todo :)

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